En los tiempos que corren, resulta inconcebible poder imaginarnos un mundo en el que no se establezca una férrea distinción entre los distintos partidos y agrupaciones que conforman el espectro político de nuestras sociedades de hoy en día.
Este hecho, que podría considerarse carente de cualquier tipo de atención excesiva, constituye un pilar fundamental que determina en gran medida la mentalidad ideológica adquirida por la población. Del mismo modo, actúa como uno de los principios básicos que permiten el surgimiento del odio, los enfrentamientos y los prejuicios que conlleva el enmarcarse dentro de una u otra posición ideológica.
La suma de todos estos factores, supone un auténtico cóctel mólotov, que puede estallar en cualquier momento, y que puede llegar a traducirse de diversas maneras, ya sea, por ejemplo, en forma de comportamientos erráticos hacia determinadas personas que han adquirido una postura distinta a la nuestra, o incluso en otras propuestas más radicales, bañadas en sangre, ya sea a nivel físico o psicológico, en función de la figura política a la que se otorgue devoción.
Por ello, podría decirse que la diferenciación existente a nivel político ha barrido cualquier tipo de esperanza en relación a la convivencia humana y en lugar de permitir una mayor apertura hacia las diferentes tendencias existentes, ha constituido una herramienta de aislamiento, clasificación e incluso acorralamiento y sectarismo, basada en el unitarismo de una única idea dentro de cada espectro político como verdadera y en el rechazo a una visión con unas miras más amplias y tolerantes.
Este punto de vista coincide con la adhesión de buena parte del electorado a una serie de posturas de mayor radicalidad, que contribuyen, en cierta medida, a satisfacer sus instintos y necesidades primarios, que consideran que solo esas personalidades políticas son capaces de mitigar en base al discurso ofrecido por los mismos.
Esta clase de alegatos se fundamentan en diversos principios propios de un sistema que busca evolucionar hacia un tipo de totalitarismo, para lo cual requiere el control y el apoyo de una masa enloquecida, desesperada y desorientada que vea en un líder al pastor elegido, capaz de guiar al pueblo y reconducir de nuevo al rebaño, así como de evitar que este se descarríe del camino que ellos mismos han trazado y, que, por tanto, consideran como el único válido y necesario a seguir.
Ya sea para bien o para mal, este modelo suele ser la meta principal de la política de las alas más radicales de los diferentes partidos con un espectro ideológico bastante marcado, analizándola desde una perspectiva actual.
Además, ha constituido una tendencia que se ha venido repitiendo desde hace al menos un siglo y que no ha dejado de marcar y dejar una profunda huella en el resto de las distintas facetas políticas que se intentan rodear de un entorno más moderado que rehúye por completo de los extremos.
Es sin duda este declarado y ferviente partidismo adoptado por la población, el que acaba condenando y despojando al ser humano de su ya más que lesa humanidad, amparándose en una evidente ceguera a nivel político, que busca la imposición de una vertiente ideológica como verdadera y al mismo tiempo, el rechazo, la oposición e incluso la represión de aquellas ideas no acordes con aquellas que ya han sido aceptadas como únicas e inalterables.
La solución a este conflicto puede resultar del todo esclarecedor cuando por fin alcanzamos a comprender, pese a nuestra tozudez e impulsividad que nos impide dar el brazo a torcer acerca de la manipulación a la que estamos siendo sometidos, que durante todo este tiempo, hemos estado batallando y peleando a tontas y a locas sin ni siquiera llegar a darnos cuenta de la evidencia surgida al adoptar una postura radical o extremista, en este caso a nivel político.
Esta reside en nuestra capacidad y criterio para conocer el mundo que nos rodea y su realidad, cuyo conocimiento hemos ignorado durante largo tiempo, al optar por ideas de este tipo, envolviéndonos en una especie de máscara que ha delimitado desde entonces nuestra personalidad.
Siendo más precisos, hemos querido actuar con el rol de otro personaje, hasta el punto de que, tras llevar la máscara durante demasiado tiempo, hemos adquirido por completo las mismas cualidades y el mismo comportamiento que este, y por tanto nos hemos convertido en el mismo, siendo un personaje de ficción que no se corresponde a nuestra verdadera identidad.
Por todo ello, hemos perdido la esencia que anteriormente nos caracterizaba, pasando a ser, desde entonces, unos completos desconocidos, cuyo único nexo de unión se debe a su maleabilidad y facilidad para ser influenciados y manipulados por aquellos que ostentan el poder y que se jactan de representar sus intereses.
En estos momentos, es cuando se puede demostrar el verdadero valor. Este termina por manifestarse, más tarde o más temprano, en aquellos que terminan por quitarse la venda de los ojos, o que simplemente se les cae y, que, desde ahora, van a atreverse a contemplar la realidad de otra manera, iniciándose en los terrenos de la empatía y la solidaridad.
Este nuevo sendero a recorrer pasa por la apreciación directa del hecho, de que, pese a nuestros diferentes puntos de vista a nivel político, en la mayoría de los casos hay mucho más que nos une de los que realmente nos separa y más ahora, que hemos entrado en materias de ideologías radicales.
Por afirmaciones como esta, es por las que, a día de hoy, escapa a la razón el poder entender cómo dos posturas entendidas como antagónicas desde tiempo inmemorial, son en realidad bastante parecidas, de la misma familia, pudiendo hablarse incluso de "primas-hermanas" a nivel más vulgar y coloquial.
Este tipo de referencias al aire, han trascendido a lo largo de los siglos y se han mantenido en distintas fuentes, no solo al nivel de las ciencias políticas, sino mucho más allá, traspasando la barrera de la historia y de la literatura.
Este último ámbito de estudio resulta especialmente útil al respecto, pues nos permite conocer de primera mano, con mayor claridad, la validez de la hipótesis presentada, sobre todo en relación a la más reciente en términos temporales, es decir, la del siglo XX.
En este periodo, nos encontramos con autores con un marcado y profundo conocimiento del tema en cuestión, como es el afamado George Orwell y su aclamada 1984, distopía considerada futurista, pero que en cierto modo recoge algunos de los temores a los que nos enfrentamos a día de hoy, y a otros que aún están por llegar.
Resulta especialmente curioso, como un declarado socialista sufre una importante evolución política a lo largo de su vida y pasa de un momento a otro, a formar parte de la disidencia, pese a declararse izquierdista, si bien, crítico de Stalin, tal y como refleja la novela.
Sin embargo, también arremete contra el otro extremo, tal y como prueban ciertas actitudes y descripciones a lo largo de la misma, en relación a ciertos estereotipos que se le atribuían al respecto. Además, si conocemos algo de su biografía, no nos costará saber que luchó activamente en contra de los grupos de ese bando, por lo que a grandes rasgos, consideraba a cada cual extremo peor, llegando a concluir en esta misma novela, considerada su obra maestra, que ambos extremos podrían considerarse como lo mismo.
Analizando detenidamente la interpretación acerca de la narración expuesta, no nos costará trasladar esta visión a la realidad actual y compararla con la que anteriormente compartíamos y defendíamos a capa y espada.
Una vez que lo hagamos, nos acabaremos dando cuenta de cómo las diferencias en muchos casos son inexistentes y que en la mayoría de los casos, las peleas y los corrillos generados en torno a una polémica de este tipo, son absolutamente innecesarios.
Hablando en términos cristalinos, da igual el color del supuesto uniforme, poco importa que al jefe del Estado se le conozca como "caudillo" o "líder supremo", puesto que la visión otorgada, así como el objetivo principal para con la población, es el mismo: utilizar el miedo y la represión como arma fundamental de su gobierno.
En caso de oposición, se contaría con aquella masa moldeada por medio de los prejuicios y del odio generado de la confrontación política, al utilizar términos como "izquierda" o "derecha", aunque su significado original designaba únicamente un espacio y no una corriente o mentalidad, a lo cual ha acabado degenerando en aras de lograrse la justificación y el apoyo políticos.
Será solo entonces, cuando separemos el concepto político del lugar, cuando podremos comenzar a razonar y a preguntarnos si realmente esta denominación merece tal grado de polémica, revuelo y discusión al respecto, para pasar a verlo como un valor o matiz añadido que no delimita necesariamente un estereotipo y que ha de constituir un punto de partida de debate, discusión civilizada y pluralidad o diversidad ideológica en el que cada cual sea capaz de expresar sus ideas sin necesidad de ofender o criminalizar al contrario.