domingo, 16 de agosto de 2020

La eterna dualidad derecha-izquierda

En los tiempos que corren, resulta inconcebible poder imaginarnos un mundo en el que no se establezca una férrea distinción entre los distintos partidos y agrupaciones que conforman el espectro político de nuestras sociedades de hoy en día. 

Este hecho, que podría considerarse carente de cualquier tipo de atención excesiva, constituye un pilar fundamental que determina en gran medida la mentalidad ideológica adquirida por la población. Del mismo modo, actúa como uno de los principios básicos que permiten el surgimiento del odio, los enfrentamientos y los prejuicios que conlleva el enmarcarse dentro de una u otra posición ideológica. 

La suma de todos estos factores, supone un auténtico cóctel mólotov, que puede estallar en cualquier momento, y que puede llegar a traducirse de diversas maneras, ya sea, por ejemplo, en forma de comportamientos erráticos hacia determinadas personas que han adquirido una postura distinta a la nuestra, o incluso en otras propuestas más radicales, bañadas en sangre, ya sea a nivel físico o psicológico, en función de la figura política a la que se otorgue devoción. 

Por ello, podría decirse que la diferenciación existente a nivel político ha barrido cualquier tipo de esperanza en relación a la convivencia humana y en lugar de permitir una mayor apertura hacia las diferentes tendencias existentes, ha constituido una herramienta de aislamiento, clasificación e incluso acorralamiento y sectarismo, basada en el unitarismo de una única idea dentro de cada espectro político como verdadera y en el rechazo a una visión con unas miras más amplias y tolerantes. 

Este punto de vista coincide con la adhesión de buena parte del electorado a una serie de posturas de mayor radicalidad, que contribuyen, en cierta medida, a satisfacer sus instintos y necesidades primarios, que consideran que solo esas personalidades políticas son capaces de mitigar en base al discurso ofrecido por los mismos. 

Esta clase de alegatos se fundamentan en diversos principios propios de un sistema que busca evolucionar hacia un tipo de totalitarismo, para lo cual requiere el control y el apoyo de una masa enloquecida, desesperada y desorientada que vea en un líder al pastor elegido, capaz de guiar al pueblo y reconducir de nuevo al rebaño, así como de evitar que este se descarríe del camino que ellos mismos han trazado y, que, por tanto, consideran como el único válido y necesario a seguir. 

Ya sea para bien o para mal, este modelo suele ser la meta principal de la política de las alas más radicales de los diferentes partidos con un espectro ideológico bastante marcado, analizándola desde una perspectiva actual. 

Además, ha constituido una tendencia que se ha venido repitiendo desde hace al menos un siglo y que no ha dejado de marcar y dejar una profunda huella en el resto de las distintas facetas políticas que se intentan rodear de un entorno más moderado que rehúye por completo de los extremos.

Es sin duda este declarado y ferviente partidismo adoptado por la población, el que acaba condenando y despojando al ser humano de su ya más que lesa humanidad, amparándose en una evidente ceguera a nivel político, que busca la imposición de una vertiente ideológica como verdadera y al mismo tiempo, el rechazo, la oposición e incluso la represión de aquellas ideas no acordes con aquellas que ya han sido aceptadas como únicas e inalterables.

La solución a este conflicto puede resultar del todo esclarecedor cuando por fin alcanzamos a comprender, pese a nuestra tozudez e impulsividad que nos impide dar el brazo a torcer acerca de la manipulación a la que estamos siendo sometidos, que durante todo este tiempo, hemos estado batallando y peleando a tontas y a locas sin ni siquiera llegar a darnos cuenta de la evidencia surgida al adoptar una postura radical o extremista, en este caso a nivel político.

Esta reside en nuestra capacidad y criterio para conocer el mundo que nos rodea y su realidad, cuyo conocimiento hemos ignorado durante largo tiempo, al optar por ideas de este tipo, envolviéndonos en una especie de máscara que ha delimitado desde entonces nuestra personalidad. 

Siendo más precisos, hemos querido actuar con el rol de otro personaje, hasta el punto de que, tras llevar la máscara durante demasiado tiempo, hemos adquirido por completo las mismas cualidades y el mismo comportamiento que este, y por tanto nos hemos convertido en el mismo, siendo un personaje de ficción que no se corresponde a nuestra verdadera identidad.

Por todo ello, hemos perdido la esencia que anteriormente nos caracterizaba, pasando a ser, desde entonces, unos completos desconocidos, cuyo único nexo de unión se debe a su maleabilidad y facilidad para ser influenciados y manipulados por aquellos que ostentan el poder y que se jactan de representar sus intereses.

En estos momentos, es cuando se puede demostrar el verdadero valor. Este termina por manifestarse, más tarde o más temprano, en aquellos que terminan por quitarse la venda de los ojos, o que simplemente se les cae y, que, desde ahora, van a atreverse a contemplar la realidad de otra manera, iniciándose en los terrenos de la empatía y la solidaridad.

Este nuevo sendero a recorrer pasa por la apreciación directa del hecho, de que, pese a nuestros diferentes puntos de vista a nivel político, en la mayoría de los casos hay mucho más que nos une de los que realmente nos separa y más ahora, que hemos entrado en materias de ideologías radicales.

Por afirmaciones como esta, es por las que, a día de hoy, escapa a la razón el poder entender cómo dos posturas entendidas como antagónicas desde tiempo inmemorial, son en realidad bastante parecidas, de la misma familia, pudiendo hablarse incluso de "primas-hermanas" a nivel más vulgar y coloquial.

Este tipo de referencias al aire, han trascendido a lo largo de los siglos y se han mantenido en distintas fuentes, no solo al nivel de las ciencias políticas, sino mucho más allá, traspasando la barrera de la historia y de la literatura.

Este último ámbito de estudio resulta especialmente útil al respecto, pues nos permite conocer de primera mano, con mayor claridad, la validez de la hipótesis presentada, sobre todo en relación a la más reciente en términos temporales, es decir, la del siglo XX.

En este periodo, nos encontramos con autores con un marcado y profundo conocimiento del tema en cuestión, como es el afamado George Orwell y su aclamada 1984, distopía considerada futurista, pero que en cierto modo recoge algunos de los temores a los que nos enfrentamos a día de hoy, y a otros que aún están por llegar. 

Resulta especialmente curioso, como un declarado socialista sufre una importante evolución política a lo largo de su vida y pasa de un momento a otro, a formar parte de la disidencia, pese a declararse izquierdista, si bien, crítico de Stalin, tal y como refleja la novela.

Sin embargo, también arremete contra el otro extremo, tal y como prueban ciertas actitudes y descripciones a lo largo de la misma, en relación a ciertos estereotipos que se le atribuían al respecto. Además, si conocemos algo de su biografía, no nos costará saber que luchó activamente en contra de los grupos de ese bando, por lo que a grandes rasgos, consideraba a cada cual extremo peor, llegando a concluir en esta misma novela, considerada su obra maestra, que ambos extremos podrían considerarse como lo mismo.

Analizando detenidamente la interpretación acerca de la narración expuesta, no nos costará trasladar esta visión a la realidad actual y compararla con la que anteriormente compartíamos y defendíamos a capa y espada.

Una vez que lo hagamos, nos acabaremos dando cuenta de cómo las diferencias en muchos casos son inexistentes y que en la mayoría de los casos, las peleas y los corrillos generados en torno a una polémica de este tipo, son absolutamente innecesarios.

Hablando en términos cristalinos, da igual el color del supuesto uniforme, poco importa que al jefe del Estado se le conozca como "caudillo" o "líder supremo", puesto que la visión otorgada, así como el objetivo principal para con la población, es el mismo: utilizar el miedo y la represión como arma fundamental de su gobierno.

En caso de oposición, se contaría con aquella masa moldeada por medio de los prejuicios y del odio generado de la confrontación política, al utilizar términos como "izquierda" o "derecha", aunque su significado original designaba únicamente un espacio y no una corriente o mentalidad, a lo cual ha acabado degenerando en aras de lograrse la justificación y el apoyo políticos. 

Será solo entonces, cuando separemos el concepto político del lugar, cuando podremos comenzar a razonar y a preguntarnos si realmente esta denominación merece tal grado de polémica, revuelo y discusión al respecto, para pasar a verlo como un valor o matiz añadido que no delimita necesariamente un estereotipo y que ha de constituir un punto de partida de debate, discusión civilizada y pluralidad o diversidad ideológica en el que cada cual sea capaz de expresar sus ideas sin necesidad de ofender o criminalizar al contrario. 

sábado, 23 de mayo de 2020

El comienzo de una nueva era

Sin duda podría decirse que nos hallamos ante un acontecimiento histórico sin precedentes y sin cabida anteriormente en la historia de la humanidad, que va a cambiar para siempre nuestras vidas. De ese modo, parece ser, que al fin, los excesos derivados del continuado abuso del dominio humano sobre el entorno que le rodea, han hecho mella en la naturaleza y esta se ha cansado y se ha rebelado, hasta tal punto que ha visto necesaria cambiar las tornas, en aras de recuperar aquello que consideraba suyo y que, durante largo tiempo, le fue arrebatado mediante un sinfín de abruptas medidas. 

Es en contexto, cuando hemos de concienciarnos de que las cosas no son lo que eran y de que, al menos, durante un largo tiempo aún no estimado, estas no volverán a serlo, y de que por ello, resultará aún más complicado que las aguas vuelvan a su cauce y la situación se estabilice y se normalice. 

Este proceso de "normalización", constituye, sin lugar a dudas, una de las falacias más recientes de las que haya podido tener constancia. Sin embargo, el constante y ferviente anhelo y el espíritu esperanzador, así como la fe y obediencia ciega a aquello que se considera progreso, han calado de manera aplastante en el ánimo de la población, concibiendo un atisbo de luz y de esperanza en la inmensa oscuridad de una larga noche cuyo final se antoja inconcebible a nivel temporal, pues nos hallamos en los albores de la tempestad misma.

Si bien es cierto que el tiempo es el remedio para la gran mayoría de los males, en este caso, la auténtica salvación o cura trasciende las fronteras de todo lo conocido hasta ahora para poder restablecer un cierto equilibrio, y para que, al menos, seamos capaces de crear e integrar una normalidad lo más parecida posible a aquella a cuyos recuerdos nos aferramos con fiereza, aunque no se vuelva a una concebida como tal.   

Para hacer realidad este sueño, hace falta que, de una vez por todas, cambiemos el chip y levantemos el tupido velo que largo tiempo ha cubierto nuestra razón y ha dado pie a perpetuarnos en nuestras bien sabidas ignorancia e inconsciencia acerca del mundo que nos rodea y del cual somos parte.

Ya es hora de que dejemos los acalorados insultos y disputas, atribuyendo culpas o echando balones fuera, de que insistamos en fustigarnos de manera continuada acerca de en qué se ha fallado y de lo que se podía haber evitado si se hubiera actuado con presteza. Para nuestra desgracia, los hechos son los hechos y por tanto, inamovibles, pues no se pueden cambiar, ya que forman parte de un pasado que ha de ser tenido en cuenta, pero que es intocable e inalterable. Lo único que se puede hacer es aprender del mismo, para evitar errores de semejante magnitud en un futuro próximo, que ahora se nos presenta algo incierto.

Lo que hemos de hacer, ante todo, es dejar de tropezarnos una y otra vez con la misma piedra, que constituye la principal barrera que nos separa, y que nos impide poder llegar a buen puerto, como es la insensatez humana, así como la falta de cooperación, convivencia y solidaridad para con las demás personas. 

Nuestro mundo ha cambiado. Podría haberlo hecho de una manera aún más drástica a costa de un posible cataclismo, algo ya concebido por diversos expertos, pero ha sido esta pandemia la que ha marcado esta etapa, y la que va a condicionar nuestro bienestar y modo de vida en los próximos años, sin distinción ni diferenciación alguna, afectando a todos y cada uno de nosotros. Somos, por ello, testigos directos de nuevas reglas que van a determinar el funcionamiento de las nuevas sociedades, pero estas no pueden tener cabida sin una participación y cooperación activa por parte de la sociedad. 

En términos cristalinos, el tiempo del egoísmo se ha consumido. Ya hemos visto lo que nos ha sucedido por pecar en exceso de nuestro control y dominio sobre todo aquello que nos rodea, sin atender a ningún tipo de límites o incluso a un código de conducta moral, basado en la concordia y el respeto hacia el medio. Nos ha podido la soberbia y la ambición, pero las imprudencias, al fin y al cabo, se acaban pagando, y de algún modo, tal y como reza el dicho, hemos recogido aquello que sembramos, al mismo tiempo que hemos sido artífices de la instauración de la discordia y la inestabilidad en las relaciones humanas como consecuencia directa de ello. 

En cierta medida, podría decirse incluso, que tenemos aquello que nos merecemos, aquello de lo que ahora somos víctimas, como resultado de la férrea competencia y ambición humana por imponer su criterio como único e indiscutible a tener en consideración.

La reacción popular tampoco puede decirse que haya contribuido considerablemente a apaciguar los ánimos, pues sigue siendo un fiel reflejo de la extensa amplitud de la estupidez humana por todo el territorio, desde los países considerados tercermundistas, a aquellos que se tienen por el culmen de la civilización y el progreso y cuya actitud resulta aún más deleznable y repulsiva. 

Si la imagen que se pretende dar es la de avance, la realidad que se refleja es más bien distinta, puesto que muestra todo lo contrario, constituyendo un importante freno y retroceso hacia la ansiada meta. En este sentido, si se establecen una serie de medidas que pueden contribuir a ralentizar los posibles efectos mortales de tal epidemia, la gente responde con ignorancia, reticencia y egoísmo, buscando su propio bienestar, sin pararse a pensar por un solo segundo, que cada persona constituye una pieza fundamental en una engrasada maquinaria que es la sociedad, en la que cada acción, por pequeña que sea, ayuda y, que, en casos como este, puede incluso cambiar el curso del futuro. 

Sin embargo, más allá de los propios intereses personales, la atmósfera se halla viciada por una abrumadora niebla ideológica y política que determina el devenir del país, influyendo en las actitudes adoptadas por cada uno de sus ciudadanos, y que impide ver con claridad la realidad de la situación. 

Podría decirse, a grandes rasgos, que independientemente del signo político, toda la clase dirigente parece tener el mismo objetivo común, buscando, al mismo tiempo, consolidarse como una especie de "salvadora de la patria", sobradamente capacitada para poner fin a todos los males que nos asolan. 

Este primordial fin, radica en el hecho de atraer la atención del público y situarse en el eje central, es decir, colocarse en el punto de mira y constituir el principal foco de interés de los ciudadanos. Para lograrlo, se valen de la retórica habitual empleada en estas situaciones, que concluye con el discurso enfrentado entre ambas partes, en el que los dos grupos se culpan por lo sucedido y se tiran los trastos a la cabeza, como estrategia principal, entre muchas otras.

Todo ello agrava aún más la situación, pues la clase política no es capaz de actuar en condiciones ante situaciones de tal magnitud, mostrando su incompetencia para llevar a cabo labores de Estado. Por ello, se defraudan una vez más las expectativas propuestas, ya que se muestra claramente su escaso interés y preocupación por la situación actual, que no va más allá de perpetuarse en sus respectivos cargos la mayor parte del tiempo posible, eludiendo una serie de responsabilidades para las cuales se les presuponía sobradamente preparados. 

En cualquier caso, tal influencia no debería ser excusa para que nosotros, como parte de la población, nos concienciemos por nosotros mismos acerca del problema al que nos enfrentamos y que marcará nuestras vidas a partir de ahora en gran medida. Es hora, nuevamente, de desengancharnos del continuo flujo de manipulaciones a las que estamos sometidos diariamente y que nuestra conciencia despierte de su largo letargo, es el momento de intentar hacer algo de manera independiente y sensata que nos permita ver por qué somos seres humanos y qué es lo que realmente nos ha permitido diferenciarnos del resto de los animales y seres que conocemos. 

Aún queda largo trecho por recorrer, pues nunca ha de subestimarse el nivel de canalización del ser humano a costa del arte de la manipulación, sea a nivel social o político, pero es posible, que con esfuerzo y comprensión, este pueda ser reducido en la mayor medida posible.

Esta tarea de concienciación ha de comenzar por analizar el contexto preciso de cada uno de los lugares afectados, así como una apreciación concreta de la población que en ellos habita, que nos ayude a determinar qué nivel de gravedad se presenta y en qué se puede ayudar a paliarlo en la mayor medida posible, en lugar de estorbar y obstaculizar, tal y como se ha venido haciendo mayoritariamente hasta ahora. 

El caso expuesto, tiene un origen biológico con una importante intervención humana, si bien es en la propia iniciativa y sensatez donde se halla la auténtica arma de combate que puede jugar a nuestro favor, cambiar nuestra suerte con las cartas que nos han tocado y en definitiva, cambiar nuevamente las tornas, para poder salir paulatinamente del hondo pozo en que nos encontramos. Pero para ello, todos los actores implicados deben estar fuertemente ligados entre sí y han de jugar al mismo juego y en el mismo sentido, pues en su recíproca colaboración residen buena parte de nuestros anhelos y esperanzas, y en definitiva, de nuestro porvenir.